Este caso, familiar, se inició por el requerimiento de María respecto de Omar en relación a la hija de ambos, Laura, de 7 años de edad. La primera audiencia se realizó en febrero de 2008.
La Bella…
María es una mujer menudita, pero de músculos marcados. Desde un principio se mostró verborrágica, nerviosa y muy alterada por la situación, que describió como insostenible, en especial en los últimos tiempos, debido a los problemas de adicción al alcohol y a las drogas que tenía Omar. En la audiencia, María comentó que la situación había llegado a tal punto, que en una oportunidad tuvo que hacer una denuncia penal contra Omar por amenazas que él le realizó en estado de ebriedad y drogado. Respecto a su situación económica, señaló que, desde que se habían separaron, siete meses antes, había intentado arreglarse sola, pero la situación ya la desbordaba, tanto económica como emocionalmente, en especial por la conducta de Omar.
Las pretensiones de María para la audiencia eran fijar una cuota alimentaria, horarios de visitas que se cumplieran, y que Laura no pasara todo el fin de semana con su padre, porque temía por la seguridad de la pequeña y notaba que no la traía de vuelta a su casa en condiciones. Asimismo, su intención también era fijar la tenencia de la niña a su favor.
Durante el encuentro, María me comentó que Laura había nacido prematura y con ciertos problemas de salud que requirieron asistencia médica especial. De hecho, la pequeña contaba con el cuidado de una enfermera con la que se había generado una relación de mucha dependencia y que, en la actualidad, continuaba cuidando a la niña cuando ella tenía que trabajar. Teniendo en cuenta esta situación, María explicó que necesitaba el aporte de Omar de alimentos para poder cubrir la cuota del colegio, la de inglés particular y la de danzas árabes, todas actividades de Laura. Además, insistía en que quería que Omar dejara de molestarla. Al acoso que ya había comentado, sumó más preocupaciones: “Laura no come nada, tiene problemas de conducta en el colegio”. María se veía realmente nerviosa y continuamente pedía disculpas por la tensión que transmitía.
…y la Bestia
Omar, el padre de Laura, es un hombre de ascendencia alemana y un tanto primitivo en su modo de expresarse. Aunque solía trabajar de mecánico, en ese momento no tenía trabajo estable. Desde el principio, se mostró muy enojado con María porque, según él, “ella decidió deshacer la familia”. Parecía echarle completamente la culpa de la situación. De hecho, la acusaba de no ocuparse de la limpieza, ni de cocinar para alimentar bien a su hija. “Yo le llevo huevos frescos y verdura de mi casa para Laura, porque ella le da porquerías, salchichas y hamburguesas. Pero conmigo Laura come bien”.
Cuando conversamos sobre su vida, Omar me comentó que vivía de changas: ayudaba a su familia en la feria durante los fines de semana. Aunque admitió no contar con dinero para pasarle la cuota alimentaria a María, se ofreció a cuidar a Laura cuando ella estuviera ocupada.
Al término de la primera audiencia, fijamos la fecha de una nueva a la que Omar debía concurrir con un abogado que lo representara.
Llegamos a un acuerdo
La segunda audiencia se realizó el 19 de marzo de 2009. Como en la primera, las acusaciones de María se repitieron: “Tiene que devolver a la nena en condiciones, bañada, prolija. Además, quiero que le enseñe modales propios de una nena, no de un varoncito”. Oscar se defendía, pero María se mostraba intransigente: “Dejá de ir al gimnasio y ocupate de tu hija”. Los reclamos eran claros; sin embargo, llegamos a un acuerdo: se fijó la cuota alimentaria, la tenencia a favor de la mamá y un régimen de visitas. Además, pactamos una audiencia de revisión del cumplimiento de este acuerdo que debía realizarse un mes y medio después.
En reunión privada, María me había expresado su temor a dejar a Laura todo el fin de semana con su padre. Decía que sus adicciones la hacían temer por la integridad física de la pequeña y no sabía qué hacer. Aunque admitía que Laura venía de la casa del padre muy feliz y no quería quitarle la posibilidad de compartir esos momentos junto a él, recibía quejas del colegio porque la pequeña tenía problemas de conducta. “Me dicen que se porta como un varón y yo creo que eso tiene que ver con los ejemplos que le da el papá durante el fin de semana”. Por su parte, Omar opinaba que Laura necesitaba jugar al aire libre y compartir con él una buena comida casera que él mismo o su abuela le cocinaban. Evaluamos con María las alternativas posibles, los riesgos y los beneficios de la situación actual. Finalmente, tanto ella como sus abogados decidieron avalar lo acordado para el tiempo de prueba.
Pero las dudas siguieron…
La tercera audiencia tuvo lugar el 7 de mayo de 2009. Aunque el acuerdo previo se había cumplido, María no estaba del todo conforme. Volvió a reclamar por el aseo de Laura y se quejó de que Omar la llamó en reiteradas ocasiones a altas horas de la noche para insultarla y amenazarla, dando señales claras de que estaba bajo los efectos del alcohol y las drogas. Continuaba preocupaba por el hecho de que Laura pudiera estar con él mientras se encontraba en ese estado. Por otra parte, la denuncia por amenazas que había efectuado María en febrero del año anterior, antes de que se iniciara la mediación, seguía teniendo un fuerte impacto en Omar, en especial cada vez que recibía una nueva citación. Esta situación lo ponía muy nervioso y lo enojaba.
En esta audiencia volvían a surgir las mismas dudas y los mismos temores planteados por María desde un principio. Como mediadora, también tenía dudas respecto a continuar con la mediación, y se lo planteé a los abogados de ambas partes, quienes insistieron en continuar en el marco de este proceso. Teniendo en cuenta esto, los comprometí a tomar decisiones y cursos concretos de acción. Si bien los espacios terapéuticos de María y Laura daban algún marco de contención, quedaba pendiente el problema de Omar quien, al parecer, no mostraba necesidad de ayuda. Pese a sus temores, María no quería iniciar juicio, y su abogado se comprometió a trabajar en este aspecto. Pero las dudas persistían…
Como mediadora, me surgían estos interrogantes: ¿cuál es el límite del trabajo en la mediación si aparece un cierto grado de riesgo para el menor? ¿Cómo debe actuar el mediador frente al dilema de seguir ayudando en la toma de decisiones cuando existe un riesgo potencial que alguna parte expone? ¿Cómo ponderar o determinar ese límite cuando hay aspectos positivos en el sistema y otros que pueden aparecer como perjudiciales? ¿Qué mejoras en el sistema familiar nos brindaría la judicialización del caso? ¿Cuáles serían las ganancias y cuales las pérdidas?
De las amenazas al guardarropas
En la cuarta audiencia no pudo estar presente el abogado de Omar y, dados los antecedentes del caso, decidí trabajar en reuniones privadas con cada una de las partes. Hablé primero con Omar y lo noté menos enojado con la situación, más positivo y reflexivo. Me contó que fue al acto escolar del 25 de Mayo y le compró empanadas a Laura y a María, y que además ese mismo día iría a la escuela de la nena para hablar con la maestra. También me comentó que le estaba enseñando a andar en bicicleta a la niña y que le había comprado un monopatín. Como la psicóloga de Laura había pedido hablar con él, iría a verla en unos días. Bajando la cabeza, comenzó a lagrimear: “No quiero perder a mi hija, doctora”. Sentí que no había necesidad de preguntarle a qué se refería. Entendí que, por primera vez, estaba aceptando que tenía un problema que podía perjudicarlo en esta situación. A pesar de sus temores, estaba entusiasmado y me contó todos los cambios que se habían producido en las últimas semanas: “La llevo a todos lados, incluso me acompaña a hacer unas changas si aparece algo durante el fin de semana. Todos sus amigos la quieren y la cuidan”. También me comentó que la llevó a ver una carrera de caballos y le compró una caña de pescar con reel. Pescaron juntos una morena y luego se la hizo con puré. “Tengo que estar bien para mi hija y estoy yendo a charlas en la Iglesia, eso me hace bien”. Aparentemente, en la Iglesia tenía amigos que estaban dispuestos a ayudarlo. Durante la charla, trabajé con preguntas reflexivas y circulares que pusieran luz a sobre la necesidad de que él estuviera bien para darle lo mejor a su hija.
Cuando conversé con María, me confirmó todo lo que me había relatado Omar, tanto su asistencia al acto escolar como lo contenta que volvía Laura después de pasar los fines de semana con él. Además, María señaló que habían cesado los insultos, aunque de vez en cuando recibía llamadas nocturnas en las que le cortaban. Parecía que las cosas habían cambiado…
-¿Estás más tranquila? -le pregunté.
-Sí, aparentemente la cuida bien…
-¿Hay algo más que necesites? ¿Alguna ayuda en el aspecto económico?
-Antes traía víveres… podría hacerlo de nuevo. Pero lo que más me gustaría es que le compre ropa para que tenga en su casa, así no está yendo y viniendo con un bolso. Después, yo me ocupo del resto si él no tiene más posibilidad por ahora…
De las amenazas al guardarropas: sí que habían cambiado las cosas.
A modo de conclusión
Esta mediación me provocó muchas emociones, tanto respecto de Omar, primitivo pero atento a los pequeños detalles que hacían al bienestar de su niña, como de María, que se mostró indecisa desde el principio y parecía pedir ayuda constantemente para resolver una situación que, en algún momento, la había superado. Y también respecto de la pequeña Laura, a quien nunca conocí personalmente, pero sí a través de una foto que su mamá me trajo de una muestra de danzas árabes… ¡y yo que me la había imaginado en sus paseos pescando bagres con su papá! Toda esta situación me generó tanto amor, que no me avergüenza decir que más de una vez lagrimeé de felicidad por sentir que este proceso de mediación posibilitó reducir la tensión que había en las partes, abrir un camino de curación de las heridas, y posibilitar el contacto de los padres con sus hijos a cualquier precio, a pesar del miedo. Porque confieso que tuve miedo de cerrar un acuerdo en el que Laura corriera algún tipo de riesgo, pero en su momento aposté a la idea de que los padres deben ser los que velen por sus hijos y elegí no tomar el camino más fácil y, tal vez, cobarde, de cerrar la mediación.
19 mayo, 2010
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