Con
estas palabras, Sergio, mi compañero de trabajo, concluía la tarea. Esta vez
nos despidíamos de Alicia y Antonio.
Mariela fue la destinataria del nuevo milagro que se opera cuando, aun entre
rencores, enojos y facturas pendientes, ayudamos a que la palabra gane la
batalla.
Alicia
y Antonio habían llegado muy enojados, distanciados desde hacía casi 10 años.
Las huellas del litigio judicial se notaban en sus voces y en sus rostros, y
apostamos a que, de todos modos, fuera posible una nueva historia. Después del
primer encuentro por videollamada, pensamos que no habría forma, pero una
segunda reunión comenzó a desatar lentamente la madeja. El trato distante, sin
siquiera poder llamarse por sus nombres, pulseaba con la posibilidad de probar
otra forma. En conjunto, en privado e intentando las distintas formas, tuvimos
que tomarnos un ratito juntos, como equipo, para ver y pensar cómo seguir, y
apostamos al intento de legitimar y reconocer… para legitimarse y reconocerse.
Los invitamos, tímidamente, a animarse. Fuimos canales y puentes de ese intento
que empezó a arrojar sus frutos cuando se animaron a probarlo. Allí estuvo la
clave: alguien tenía que comenzar, y desde el cuerpo sentimos el alivio, la
descarga del aire enrarecido y preso durante tanto tiempo. Y así, el primer
hilo de agua empezó a correr, a destapar, a circular y a hidratar.
Cada
encuentro posterior (tres más con el de hoy) fueron las estaciones necesarias,
el tiempo indispensable para que los rostros cambiaran, empezaran a permitirse
un comienzo de diálogo que servirá para que Mariela crezca más feliz. Ellos,
los hijos, lo necesitan. No hay cura mejor que advertir el encuentro de los
padres, y nunca es tarde…
Como
dice mi terapeuta: aun una abuelita de 90 años puede reparar, debe reparar, lo
que se haya lastimado, para que la especie humana, en sus hijos, pueda mejorar,
pueda mirarse y animarse; de lo contrario, la deuda con ellos será eterna y
nada de lo que hayamos hecho o hagamos alcanzará. En este proceso, cuando se
produce la reparación, por cualquier mínimo acto que sea, la mediación resulta
ciertamente terapéutica.
Alicia
y Antonio comenzaron hoy, acordando muchos temas, pero con transformación, esa
que aspira a mucho más que acordar. Acuerdos anteriores no habían servido
porque debajo seguía el enojo, el orgullo, el ego que no permite siquiera
pensar. Ahora empezó la transformación y eso es lo que enamora: “experiencia sanadora en el sentido humano,
hay personas atrás del reclamo jurídico”, según las propias palabras de Alicia,
que arrancó tan enojada. Ser testigos de esto y ser puentes para lograrlo…
claro que enamora.
Un
nuevo acuerdo nos posibilitó vivir esta experiencia reparadora, aun a la
distancia, aun desde la pantalla. Esto que me lleva a pensar —sin la menor
duda— que es la palabra, solo la palabra, por cualquier medio que se acerque o
que circule, la que restablece la posibilidad de empezar de nuevo. Y eso nos
enamora…
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